El nacimiento de Jesús fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y, antes de que vivieran juntos, se encontró encinta por virtud del Espíritu Santo. José, su marido, que era un hombre justo y no quería denunciarla, decidió dejarla en secreto. Estaba pensando en esto, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no tengas ningún reparo en recibir en tu casa a María, tu mujer, pues el hijo que ha concebido viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había dicho por medio del profeta: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa Dios con nosotros”. Cuando José despertó del sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió en su casa a su mujer. (Mt. 1, 18-24)
San José fue fiel a Dios, jamás puso resistencia para ejecutar la voluntad del Altísimo, por más penosos que fueran sus mandatos. Dios ordena a José que vaya a Belén con María, su esposa, y José, a pesar de la crudeza del tiempo y del estado en que se hallaba María, nada dice; no hace tampoco reflexión alguna sobre lo que se le ha dicho, sino que al punto obedece. Más tarde, cuando el Niño es perseguido por Herodes, un ángel dice a José, de parte de Dios, que huya a Egipto, y José, a la media noche, toma al Niño en sus brazo, emprende juntamente con María aquel largo y penoso viaje en las condiciones de fugitivo, y sin recurso que la providencia. Y cuando al cabo de algún tiempo, Dios le ordena que regrese a Nazaret, José hubiera tal vez preferido establecerse en Jerusalén para estar más cerca del Templo, pero Dios le manda que vuelva a su tierra, y José no consulta su propia voluntad, sino que ejecuta lo que le ha sido mandado, y vuelve a Nazaret.
He aquí el secreto de la grandeza de San José; la fidelidad a Dios: jamás siguió su propia voluntad ni consultó para nada, sino que en todo hizo la voluntad de Dios, y como a Dios fue fiel, y Dios es fiel para los que le temen, y ama a los que le aman, por eso ha recompensado tan generosa y magníficamente a San José. José hizo siempre la voluntad de Dios, y Dios hace ahora la voluntad de José.
Y nosotros, ¿somos fieles en cumplir la voluntad de Dios? ¡Ay! no, ciertamente; y a menudo consultamos nuestra propia voluntad, y si lo que deseamos no llega a ser pecado grave, entonces no hacemos caso de lo que Dios quiere, sino que seguimos nuestro propio capricho.
Ya tenéis, pues, explicada la lección tan importante que nos da San José; aprovechemos bien de ella, cumplamos perfectamente con la voluntad de Dios.
(Pláticas II, pág. 627)
(Pláticas II, pág. 627)